—¡Abuelo,
cuéntame la historia del último mago! —pidió el niño desde el suelo de la
cabaña, junto al calor del hogar.
—¿Otra
vez, Renan? Si la conoces de memoria —protestó el anciano tras expeler una
voluta de humo de su pipa. Pero sabía que era en vano. Tras una pausa, comenzó:
«La
ciudad-estado de Tares, gobernada por el poderoso y cruel mago Sebaris, se
alzaba junto al mar en el extremo de un golfo. Sólo él resistía ya a las fuerzas
de la Alianza ,
conformada por la joven Orden de Magos presidida por Myran…»
—¡Tú, abuelo! —el pequeño Renan siempre interrumpía la narración en
aquel punto. El anciano asintió antes de proseguir:
«...y
los gobernantes sin habilidades arcanas, que aprobaban la no injerencia de los
magos en temas de gobierno. Pero no todos los magos renunciaron al poder, y la
guerra fue inevitable.
»Sebaris,
desde el punto más alto de la ciudad, contemplaba el despliegue del ejército
enemigo hasta completar el cerco. El puerto había sido bloqueado la noche
anterior por una escuadra. La ciudad estaba condenada. Se alejó de las almenas
y confió la defensa a sus oficiales mientras él se recluía en sus aposentos.
»Aislado en aquel santuario, absorto en su
grimorio y en los arcanos saberes que contenía, el último mago se entregó a lo único
que le quedaba: la venganza.
»Sonidos
de lucha arreciaban al otro lado de la puerta mientras Sebaris salmodiaba; su
cuerpo empezó a brillar y, frente a él, se abrió un oscuro portal, donde un
frío remolino giraba lentamente.
»La
puerta saltó en pedazos y varios soldados, arqueros y magos irrumpieron en la
estancia. Quedaron petrificados al descubrir la otrora imponente figura del mago,
transformada en un despojo consumido por el vórtice, al cual alimentaba con su
propia esencia vital. Sebaris empleó sus postreras energías para girarse y dedicarles
una última e intensa mirada de odio. Sus restos sin vida cayeron al suelo,
irreconocibles.
»El
vórtice se detuvo. Varios esqueletos armados lo atravesaron y se abalanzaron
contra los humanos. Los escudos apenas lograron contenerlos y las flechas se
mostraron inútiles. Pero las bolas de fuego mágico les permitieron retirarse en
orden, mientras llegaban más y más engendros...
»Al
final de aquella jornada, la
Alianza , al precio de muchas vidas, pudo llegar al portal y
sellarlo. Pero varias de aquellas criaturas aprovecharon la confusión y la
oscuridad de la noche para escapar de Tares en distintas direcciones. La
infección se extendió y, desde entonces, es conocida como “Nigromancia”. Y
Sebaris, el último gran mago de una Era, es considerado el primer “nigromante”».
Myran,
concluida su narración, se deleitó con la soñadora mirada del pequeño Renan que,
a buen seguro, se había transportado a un lugar repleto de aventuras. En ese
momento varios golpes en la puerta los sacaron de su embelesamiento, y una voz
fría y de ultratumba les atenazó el alma:
—¡Prepárate, Myran, he regresado y no
escaparás! ¡Los otros han muerto y sólo quedas tú! ¡Eres el último mago!